María en mi vida


Es muy curioso como la Virgen María me ha venido acompañando en mi vida, y cómo fue que, adentrándome más a mi fe católica, cosa que no hacía desde antes de los 18 años, fui descubriendo lo que ella había hecho por mí.

Cuando decidí consagrarme a Jesús por medio de María, llegué con algunas dudas acerca del entorno espiritual que me rodeaba.

¿Por qué desde pequeño, cuando tenía nueve años, los “sucesos” extraordinarios que veía con los carismáticos no me espantaban? ¿Por qué se me hacían tan normal las manifestaciones demoniacas en los retiros que servía? ¿Qué significaba aquél mensaje que me compartió una predicadora del movimiento de Renovación Carismática cuando decía que María me había conferido a su pequeño hijo para cuidarlo? Eran algunas de las preguntas que yo me hacía y no encontraba respuesta a ellas.

Pero también estaba la parte de la negación. Realmente no estaba muy convencido de que Dios, y mucho menos María, estuvieran conmigo. Inclusive tenía cierta aversión hacia las oraciones y rosarios (pero nunca a la misa).

Durante el proceso de formación para la consagración, todas esas dudas y aversiones se fueron aclarando y disipando. ¡Descubrí que desde pequeño estaba consagrado a María! ¡Ya todo tenía sentido!

María siempre había estado allí, y yo no me había dado cuenta. Siempre estuvo atenta a mí cuando mi madre biológica no estaba conmigo. Inclusive estuvo, y sigue estando, en mis momentos de enfermedad, cosas que para mi madre eran, y siguen siendo, un martirio.

Cuando partí de mi ciudad natal (Tampico, Tamaulipas. México) para ir a trabajar a Guadalajara (Jalisco, México) me fui con mucho miedo, dudas de todo tipo e inseguridad, y obviamente cargaba con las preocupaciones de mis padres acerca de qué me iba a pasar viviendo sólo, o a qué amigo o familiar iría a recurrir si me pasaba algo. Pero nuevamente María estaba allí.

El primer lugar donde llegué a vivir estaba a un costado de la Basílica de Nuestra Señora de la Expectación (o Nuestra Señora de Zapopan, patrona de la ciudad), y todos los días cuando iba a la parada de autobuses a tomar el transporte rumbo al trabajo, hacía una escala en el templo para darle gracias a María por cuidarme de todo peligro y por hacer las veces de mi madre terrenal cuando me sentía solo, triste o preocupado.

No puedo negar a estar alturas del partido que cuando escucho algún canto mariano, como el de “Piensa en la Virgen María”, se me rompe el corazón y empiezo a lagrimear, hasta llegar a veces a llorar.

María ocupa ahora un lugar muy grande en mi corazón. Ya no la puedo sacar de ahí. Le debo tanto a ella.

Reconozco que aún me falta mucho crecimiento espiritual y en la fe, y que inclusive no la he defendido como se merece ante aquellos que ofenden o aborrecen, a pesar de que ella siempre ha estado para mí y me perdona, para nuevamente brindarme otra oportunidad, porque aprendí que ella tiene un corazón generoso y lleno de amor, que nunca se cansa de amar a pesar de las circunstancias.

No sé qué tenga Dios preparado para mí en el futuro, y mucho menos sé que tenga María destinado para mí, pero espero que cuando vengan esos momentos de decisión, en donde la incertidumbre esté presente nuevamente ahí, estén los dos ahí presentes y ella rompa el silencio y me diga “No tengas miedo. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.

Gracias, María, por todo.

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